Cada día estoy más asombrado por la disolución de los significados a la que son sometidas las palabras por esas divinidades omnipresentes y omnipotentes que yo llamo las tres “P”, es decir publicistas, periodistas y políticos. Se ha dicho que cuando la sociedad restringe su libertad, por los regímenes totalitarios o por cataclismos bélicos, el lenguaje sufre una transformación que disfraza algunos significados o resalta otros hasta entonces ocultos. El régimen nazi dedicó mucho esfuerzo a este fin; palabras como Heimat, Volk, Arbeit, Freihet, sufrieron los rigores de aquellas manos heladas por el odio. En el caso de Alemania, al terminar la segunda guerra mundial, ese retorcimiento del lenguaje había sido atroz. Pero las consecuencias también las sintieron todos aquellos escritores que no huyeron pero, por así decirlo, al permanecer en la “emigración interior” y constriñeron sin querer la creación al utilizar un lenguaje ocultista.
Ya el escritor Victor Klemper, además de filólogo, escribió sobre esta alteración del lenguaje por parte de los nazis (su libro Lengua Tertii Imperi de 1946 así lo expone), pero fue un poeta, GÜNTER EICH (1907-1972), el que resaltó este aspecto llamando a una vuelta a la utilización del lenguaje lejos de todo embellecimiento: “La obligación de la verdad, ésta es la situación a la que está sometido un escritor. No la lamenta, la aprueba, aunque sólo la haya conseguido al precio de una vida cómoda” (1947)
En 1945, al final de la guerra, Günter Eich internado en un campo de prisioneros americano inició, con este poema (Inventur), su particular lucha promovida en el seno del “Gruppe
éste es mi abrigo,
mis cosas de afeitar
en bolsa de lino.
Lata de conservas:
mi plato, mi vaso
rayado el nombre
en la hojalata.
Rayado con este
valioso clavo,
que de codiciosos
ojos protejo.
En la bolsa del pan hay
un par de calcetines de lana
y algo más, que yo
a nadie revelo,
así sirve de almohada
de noche a mi cabeza.
Este cartón está
entre mí y la tierra.
La mina de lápiz,
amo lo que más:
de día me escribe versos,
que de noche yo imagino.
Ésta es mi libreta,
ésta es mi lona,
ésta es mi toalla,
éste es mi torzal.
(Traducción Lina Sáenz Calvo)
El problema es ¿cómo llegar a los publicistas, periodistas y políticos para que sus libretas estén sometidas a la verdad?
1 comentario:
Muy buen texto. Se dice que Quin Shi Huang Ti, el primer emperador de China, dijo que "el poder pertenecía a quien tenía la capacidad de poner nombre a las cosas". Es cierto, aunque luego las cosas vuelvan a su nombre de siempre. Y pienso, como marginalidad de lo que hablamos, en las calles bautizadas con los nombres de unos vencedores y volviendo a su vieja denominación al cabo de los años.
Publicar un comentario