Muchas noches, al ver la televisión después de cenar, quedo atrapado por las mismas imágenes cotidianas que transmiten con sus contrastes de primeros planos con planos generales, su acción trepidante a través de líneas en diagonal, planos contrapuestos, insertos, escaleras, ritmo acelerado, la emoción de esas caras desencajadas por la euforia, de la que me llegan oleadas de bienestar, de fortaleza para el dolor y la adversidad. Cuando veo las escenas vigorosas que incitan a saltar de la butaca, tengo que agarrarme a un libro con el entusiasmo restallando en mis ojos para no salir disparado a la calle y buscar con desasosiego una agencia de viajes y cruceros, una tienda de perfumes, o de coches, relojes, o de apartamentos marinos.
Ahora en los medios de comunicación no se dice propaganda se dice publicidad, pero como una paradoja del destino el lenguaje cinematográfico ideado en 1925 por el lituano Einsenstein en El acorazado Potemkin, relato de un movimiento de rebelión contra los poderosos explotadores, para que el espectador sintiera hervir la sangre por sus venas y le impulsara a salir a la calle a apoyar la revolución comunista, ahora ese lenguaje revolucionario los publicistas lo utilizan para que salte del sillón y salga a consumir como un desesperado, de lo contrario no será feliz .
Agarrado al libro de Ricardo Piglia, ayer de Homero, que tengo entre manos consigo resistir el impulso de la propaganda. Una noche más he gozado de mi particular homenaje a Sergei Einsenstein, ahora sufragado por Marina D´Or, Audi, Resol, CocaCola, Chanel y no por el Soviet Supremo de la URSS.
6 comentarios:
Petrusdom, nadie es inocente en esta apoteosis del presente, pero temo que tampoco culpable. Los humanos nos parecemos, generalmente, al tiempo en que vivimos. Nunca al tiempo de ayer ni al de mañana.
El totalitarismo de mercado, decía Arendt
saludos
amalia
Leído así da algo de miedo... paradojas de nuestros tiempos!
Cuando me entra la pulsión de comprar me echo al monte aunque sea sin kalasnikov (o como se escriba, sorry) jajaja. Eso, me llevo un libro...
Buena elección de huir de ciertos detalles televisivos y seguir con la lectura.
Aún no leo a Piglia, ya lo tengo pendiente.
Abrazo soleado
Recuerdo las palabras de mi profesor de filosofía: no veo televisión para estar bien informado, es preferible la lectura que me provoque imiginarme lo que quiero y deseo que sea.
Abrazos.
Cada día que pasa, siento más acertada la decisión de no tener un televisor en casa.
Como decía Groucho "Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro."
Aunque en mi caso no es necesario, pues suelo tener el libro encendido constantemente.
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