Joyce si no hubiera sido por Nora habría sido un simple profesor de idiomas que soñaba con ser un gran escritor, más famoso que W.B. Yeats. Lo consiguió a base de sablazos a amigos y familiares, quedándose casi ciego, huyendo de la pobreza y miseria de su casa paterna. Creía en la literatura sobre todas las cosas humanas.
En Un triste caso, de su libro Dublineses, leo en esta noche lluviosa antes de tomar el avión a Galway.
No tenía colegas ni amigos ni religión ni credo. Vivía su vida espiritual sin comunión con el prójimo, visitando a los parientes por Navidad y acompañando el cortejo si morían. Llevaba a cabo estos dos deberes sociales en honor a la dignidad ancestral, pero no concedía nada más a las convenciones que rigen la vida en común. Se permitía creer que, dadas ciertas circunstancias podría llegar a robar en su banco, pero, como estas circunstancias nunca se dieron, su vida se extendía uniforme -una historia exenta de peripecias.