Al salir de la residencia donde está ingresada traté de recordar su imagen de antaño, cuando sus ojos me reconocían y sus manos eran menos transparentes.
Ver a un grupo de personas muy mayores, algunos aislados en un sueño incomprensible, con sus miradas vacías, es ver los estragos del tiempo en nuestros cuerpos, la demolición que se inició sin darnos cuenta cuando éramos más dichosos.
En esa soledad tan cruel, soledad quizás deseada para no sufrir tanto en compañía de seres queridos, uno se diluye como el agua en la arcilla de un pantano seco.
Esos rostros, anticipo de los nuestros, que no apreciamos pero que un día llenó nuestras vidas y que ahora remueven los recuerdos de nuestra infancia, de nuestra juventud. Esos rostros son como las casas antiguas, ahora abandonadas, en pueblos solitarios y lejanos de las ciudades, que el tiempo desdibuja como los recuerdos y que la imaginación los llena de vida.
1 comentario:
Duele la realidad.
Me duele tu texto. Es verdad.
Un fuerte abrazo.
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