Mi hija me ha regalado una cajita con acuarelas, con sus pastillas de colores, su pincel plegable, fácil de guardar en el bolsillo de la chaqueta.
Es una forma muy sutil de pedirme que pasee por el campo o por mi ciudad, mire el paisaje, sus pobladores y lo intente reflejar en el cuaderno negro que acompaña a las pinturas.
La pintura empieza con la elección del objeto, cerca de casa podría escoger : los campos de cebollas y coles lombardas en Alboraya, el tranvía del Maritim, las farolas de la avenida, los ancianos que salen de la Iglesia, los niños que se escapan del Instituto, las pintadas de las tapias, los estudiantes que pasan deprisa en bicicleta, el horizonte marino roto a dentelladas por los nuevos edificios en construcción, los muros del cercano cementerio, los árboles del parque ahora casi desnudos que dejan ver desde mi ventana el jardín con sus columpios y toboganes también mudos.
Mal empiezo si además del objeto a pintar no tengo claro sobre los principios que mi obra ha de cumplir: enseñar la realidad, transmitir valores o creencias, intervenir en el cambio social, producir placer, producir ciertas emociones...
No tengo ganas de complicarme. He de pintar “algo” sin ningún razonamiento previo, por placer, y cuando lo contemple quizás brille en la conciencia del espectador algún recuerdo de la infancia hasta entonces apagado, o disfrute del encanto de un instante, o tal vez se emocione por el color de otro objeto asociado.
Pero, lo más probable, es que pase un rato agradable e intrascendente, igual que ayer por la mañana cuando recogí una hoja amarilla del suelo del paseo,que ahora contemplo, y pienso si conseguiré reproducir ese amarillo con puntos pardos antes de que el color rojizo que la ensombrece por los bordes alcance su objetivo.
Como diría mi paisano Miguel Labordeta: “... y aún no sé / si la aventura/ tiene un pretexto voraz/ o es una rosa lastimada...”
2 comentarios:
Yo creo que me regalaré lo mismo, es precioso.
Pinta lo que quieras y muestra eh?
Abrazos...
Mi hija me regaló hace unos años una caja de oleos, tres telas y un caballete. Yo no sé pìntar, lo intenté y supe enseguida que no era algo en lo que debiera dejar mi tiempo. El regalo quedó en casa y cuando lo veo recuerdo el cariño de mi hija.
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