25 de junio de 2010

Villa Amalia



La película de de Benôit Jacquot poco tiene que ver con el libro de Pascal Quignard, el principio del relato y poco más.
Esa huida de la pianista, hacia el Mediterráneo, rotura de todo lo que ha vivido hasta entonces no termina en el Mediterráneo como vemos en la película con una Isabelle Huppert fría y distante, casi antipática. La búsqueda de la soledad queda someramente reflejada, pero en el relato está mejor trazada con el final asumido de una vejez solitaria, como realmente es.
En el Mediterráneo vivió con otras personas, en un paisaje luminoso, y se estrelló con un drama en la soledad de la que huyó. Vuelve a Bretaña, a las brumas, pero ya no es la misma y se encuentra con otra muerte. Es la mejor forma de envejecer, asumir la soledad: "hay un placer no estar solo, sino en ser capaz de estarlo"
Quignard es un escritor de lo bello, con sus imágenes sabe pintarnos a los personajes. Los humanos vestidos, sus vestidos son expresión de su estado. Al final del relato, nos viste a Ann de esta forma:
La vejez y la soledad la volvieron más huesuda. El cuerpo se había vuelto rígido. El cabello se le había puesto completamente blanco. Cambió de nuevo, radicalmente, de forma de vestirse. Con un toque de varita mágica aparecieron faldas inmensas. Hubo que dejar los vaqueros grises descoloridos, las camisas de hombres de algodón blanco, las viejas cazadoras de cuero de Georges. Ropa usada suntuosa, chaquetas de seda, amplios blusones pálidos, amplios forros polares grises y suaves invadieron espacio.

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