26 de julio de 2011

Hojas de estío 2011. Utøya




Las noticias llegadas desde Oslo no han impedido que den su paseo diario hasta el banco para poder contemplar el ir y venir de las olas. Estas olas sin memoria de otras matanzas como la de Utøya

Se sentaron  en el banco al final de la tarde, cuando la luz de julio aun viva se despide sin prisas. El perro tomó posición entre ellos atento al escenario que vibraba cercano.
Quieren arrancar historias a las olas que como la espuma cubren su rutinario vaivén,  historias de amores rotos, de conciencias manchadas, de crímenes silenciados, de parejas de amantes, de infancias alegres, canciones olvidadas, abrazos cálidos, amigos encontrados.

Oleadas de historias que comienzan y nunca acaban del todo, final abierto mientras haya unos ojos y unos oídos atentos a las llamadas y unas bocas abiertas a las preguntas ¿Por qué? ¿Hasta cuando?...

22 de julio de 2011

Hojas de estio 2011. Caseta de camp


Pasear por el campo entre urbanizaciones playeras es como caminar por un parque de la sin razón. Encuentras casas de campo del siglo pasado en ruinas, otras casi tapiadas para que no entren los forasteros, y todas cercadas por las nuevas urbanizaciones veraniegas. 
Campos abandonados en espera de que pase el temporal de esta crisis para continuar destrozando el paisaje y así acomodarlo para que los forasteros estén a gusto. 
Por la noche, en el humedal que guarda las espaldas de las edificaciones de primera linea, las ranas enmudecen para no molestar a los foráneos aunque eso implique extinguirse. 

15 de julio de 2011

Hojas de estío 2011, las olas

Tumbado en el sofá con la mirada apoyada en la línea imaginaria del horizonte, allí donde el mar pierde su nombre y el azul es más celeste, escucho los ruidos de la calle  acompasados por el rítmico vaivén de las olas en la hora de la siesta.

Vuelvo a leer a Virginia Woolf, Las Olas, una edición amarillenta de la Editorial Bruguera y en la que escribí "Julio 1983. Rusiente julio"  Ahora, en este julio lluvioso, las imágenes que evocan sus seis personajes me parecen más reales y crueles.
En cuanto a mí hace referencia, diré que no tengo propósito alguno. Carezco de ambición. Me dejaré llevar por el general impulso. La superficie de mi mente se desliza como un río gris pálido, reflejando cuanto pasa. No puedo recordar mi pasado, mi nariz o el color de mis ojos, o cuál es la opinión que en general tengo de mi mismo. Sólo en momentos de emergencia, en un cruce, en el borde la acera, aparece el deseo de conservar mi cuerpo, se apodera de mí y me detiene aquí ante este autobús. Parece que nos empeñamos insistentemente en vivir. Después reaparece la indifirencia.


8 de julio de 2011

La vela apagada


Reflejo de dos realidades. Una imagen de un grupo de personas que preparan las mesas de un comedor, vista desde un ventanal a una bahía por la que los paseantes miran el paisaje que otros verán más tarde mientras comen a la luz de la vela.

En el cristal quedan los movimientos de los dos grupos de personajes y que la vela, ahora apagada, no iluminará a ninguno de ellos.

La vela es el tiempo, el cristal el espacio y la fotografía la rueda que los mueve.