18 de marzo de 2008

Últimos días de marzo


Los últimos días de marzo. En latín primavera se llama ver. Así como tragízein es hacer el macho cabrío, emitir como él en su olor o en su canto, la vernatio romana –palabra que sólo designa la piel que las serpientes abandonan después de la muda de primavera- imagino que quiso decir el hacer primavera, el reverdecer, el mudar de piel.

(“La lección de música”. Pascal Quignard)

La ciudad está a punto de reventar de coches, petardos, ruidos, basura, devociones de cartón piedra, multitudes, gritos.

La ciudad prepara con descaro la llegada de la primavera, la expulsión sin piedad del silencioso invierno, como una serpiente gritona y que a algunos nos causa recelo y que nos ahuyenta hacia el ronroneo pautado de las olas marinas.

Me voy unos días a despedir el invierno en Peñíscola.



12 de marzo de 2008

¿Misión de la literatura?


Uno de mis pequeños tesoros es EL PASEANTE, dieciocho números de aquella magnífica revista que editaba Siruela, cuando era del hijo de la de Alba. No he vuelto a encontrar nada igual en cuanto a contenidos. Mi preferida es la dedicada a la cultura China, un monográfico con el número 20-22.

Contiene un escrito de un poeta chino HAN YU (768-824) que habla del papel de la escritura dentro del universo humano. Traducido por Octavio Paz y titulado “Misión de la literatura”, lo transcribo literalmente; quizás nos ayude, en un mundo como el nuestro tan cambiante en técnicas pero tan conservador, en la utilización de lo que más nos distingue de los otros terrícolas: la palabra.

“Todo resuena, apenas se rompe el equilibrio de las cosas. Los árboles y las yerbas son silenciosos; el viento las agita y resuenan. El agua está callada: el aire la mueve, y resuena; las olas mugen: algo las oprime; la cascada se precipita: le falta suelo; el lago hierve: algo la calienta. Son mudos los metales y las piedras, pero si algo los golpea, resuenan. Así el ser humano. Si habla, es que no puede contenerse; si se emociona; canta; si sufre, se lamenta. Todo lo que sale de su boca en forma de sonido se debe a una ruptura del equilibrio.

La música nos sirve para desplegar los sentimientos comprimidos en nuestro fuero interno. Escogemos los materiales que más fácilmente resuenen y con ellos fabricamos instrumentos sonoros: metal y piedra, bambú y seda, calabazas y arcilla, piel y madera. El cielo no procede de otro modo. También él escoge a aquello que más fácilmente resuena: los pájaros en la primavera; el trueno en verano; los insectos en otoño; el viento en invierno. Una tras otra, las cuatro estaciones se persiguen en una cacería que no tiene fin. Y su continuo transcurrir, ¿no es también una prueba de que el equilibrio cósmico se ha roto?

Lo mismo sucede entre los seres humanos; el más perfecto de los sonidos humanos es la palabra; la literatura, a su vez, es la forma más perfecta de la palabra. Y así, cuando el equilibrio se rompe, el cielo escoge entre las personas a aquellas que son más sensibles, y las hace resonar.”


La idea de equilibrio y armonía como condición para el bienestar, que la cultura china lo emana del cielo, ya lo expresó de un modo más cercano a la tierra, ocho siglos antes en su Villa Sabina, Horacio: “la virtud es un punto equidistante entre dos vicios” y en lo referente a la escritura lo explicó como nadie: “todos los votos se lleva quien mezcla utilidad con interés / deleitando al lector y a la par haciéndole pensar...” (Ars Poetica). Este último verso lo rescató, con todas sus consecuencias, la Ilustración europea del siglo XVIII.

5 de marzo de 2008

La bondad de un libro


Jamás podremos rescatar del todo lo que olvidamos. Quizás esté bien así. El choque que produciría recuperarlos sería tan destructor que al instante deberíamos dejar de comprender nuestra nostalgia” (W. Benjamin. “Infancia en Berlín”)

Un modo de rescatar del olvido algunos de nuestros pensamientos pasados es releer libros que ahora descansan en nuestra biblioteca, que apenas vemos y que un buen día recordamos una frase y nos empuja a buscar el libro de nuestra juventud.

Entonces te hallas con libros que en aquel tiempo te conmovieron, te llevaron a otros autores y te reconoces como resultado de muchas de tus lecturas. Casi sin querer te preguntas si es o no la bondad del libro lo que te lleva a releerlo.

Alberto Manguel escribía, hace unas semanas en El País, que “la bondad de un clásico reside en su calidad de palimpsesto: mientras más capas de lectura acumula, mejor es, porque mejor, más interesante, más complejo va pareciéndole a las sucesivas generaciones que no se resignan a olvidarlo”. Dante con su “Divina comedia” podría ser un ejemplo de este clasicismo, pero yo pienso que el interés por leerla no es el mismo. Si no tienes una base adquirida sobre la cultura del siglo XIV italiano, te pierdes muchos de sus cantos, si no has leído a Virgilio, Séneca, Horacio, si no conoces el pensamiento de Sócrates, Platón o Demócrito tu lectura es aún más superficial. Yo diría que los libros clásicos son buenos porque te encienden la curiosidad para acudir a otros escritores o conocer mejor el pensamiento de una época.

Leemos aquellos libros que llegan a nuestras manos por azar, por recomendación, por nuestra curiosidad ansiosa, pero siempre, cuando los acabemos de leer, nos habrá quedado la sensación de bondad profunda, aunque olvidemos al cabo de los años la narración, si nos conmovieron como lectores únicos “en medio de otros lectores únicos que comparten nuestra misteriosa devoción”, como escribe Manguel en el artículo mencionado.

Hoy he comenzado a leer “Cuattrocento” de Susana Fortes, ya veremos si la narración se agarra o derrapa por los caminos de la bondad conmovedora que para mí tienen los buenos libros.

1 de marzo de 2008

Lucrecio, filósofo cordial


Cuenta Marcel Schwob en su libro “Vidas Imaginarias”, en resumidas páginas, las vidas de 22 personajes, muy importantes algunos y totalmente anónimos otros, que iluminan su pensamiento o el reflejo de la época en que vivieron.

Uno de ellos es el dedicado a Lucrecio (admirado por Horacio), poeta romano último de los defensores de Epicuro y que pudo sobrevivir los tiempos oscuros de la Edad Media gracias a Poggio Bracciolini, humanista y canciller de la Florencia de los Médici, que rescató su única obra que ha llegado hasta nuestros días “De rerun natura”. Marcel Schwob nos cuenta en su imaginada vida que Lucrecio:

“Sabía que las lágrimas provienen de un movimiento particular de las pequeñas glándulas que están bajo los párpados, y que las agita una procesión de átomos surgida del corazón, cuando también el corazón ha sido conmovido por la sucesión de coloreadas imágenes desprendidas de la superficie del cuerpo de una mujer amada. Sabía que el amor sólo es causado por la expansión de los átomos deseosos de juntarse con otros átomos. Sabía que la tristeza motivada por la muerte no es sino la peor de las ilusiones terrenales, puesto que la muerta había dejado de ser desdichada y había dejado de sufrir, en tanto que aquél que la lloraba se afligía por sus propios males y pensaba, tenebrosamente, en su propia muerte. Sabía que no queda de nosotros ningún doble aspecto para verter lágrimas sobre su propio cadáver tendido a sus pies. Pero aun conociendo con exactitud la tristeza y el amor y la muerte, y que todas esas son vanas imágenes cuando se las contempla desde el espacio calmo en donde hay que encerrarse, continúo llorando, y deseando el amor y temiendo la muerte”

Lucrecio fue el poeta rescatado en el siglo XVI por los humanistas que supo fundir en un solo pensamiento toda la filosofía cordial. Gracias a esto, por ejemplo, el cuerpo desnudo de la mujer (Eva) en la Edad Media era la representación del pecado, en el Renacimiento representa el goce amoroso (Venus). Este cambio aun pervive en nuestros días, lo que ya no se sabe es hasta cuando, viendo como está resurgiendo la marea oscurantista de negras sotanas y largas chilabas.

Como decía Epicuro: “Sería preferible seguir las fábulas acerca de los dioses, a deferir servilmente al hado de los naturalistas...”, es decir “es preferible ser infeliz racionalmente que feliz irracionalmente...”