1 de noviembre de 2007

Campo Santo

Estoy leyendo el último libro publicado de W.G. Sebald titulado precisamente “Campo Santo” El libro lo constituye una serie de relatos que el autor estaba recopilando para una posible obra más amplia sobre Córcega; luego siguen unos ensayos sobre literatura que todavía no he leído. Es el típico libro póstumo que se publica con esos trabajos durmientes en los cajones del fondo del escritorio.

Como estamos en días de difuntos y cementerios, recojo aquí unos párrafos sobre su visión de los cementerios corsos y sus costumbres, algo de lo que no se suele hablar mucho por asociación con lágrimas y tristeza.

“En un relato de 1893 se dice, por ejemplo, que nadie utilizaba el cementerio municipal de Ajaccio a excepción de los pobres y los protestantes, llamados luterani. Según todas las apariencias, los deudos no querían o no se atrevían a llevarse a un muerto que poseía una parcela heredada de su propiedad. El entierro habitual en Córcega durante siglos en la tierra heredada de los antepasados era como un contrato sobre la inalienabilidad de esa tierra, renovada tácitamente de generación en generación, entre cada difunto y sus antecesores. Por eso, de paese a paese, se tropieza con pequeñas moradas para los muertos, cámaras mortuorias y mausoleos: aquí bajo un castaño, allá en un bosquecillo de olivos animado por luces y sombras, en medio de un bancal de calabazas, en un campo de avena o en una ladera cubierta de eneldo verde amarillento de fino follaje.... Leí también, en una fuente que ahora no puedo recordar, que muchas de las viejas mujeres corsas tenían la costumbre de ir después del trabajo a las moradas de los muertos, para escucharlos y pedirles consejos sobre el aprovechamiento de la tierra y otras cuestiones relativas a la buena ordenación de la vida. Durante mucho tiempo, a los que no tenían tierra –pastores, jornaleros, campesinos italianos y otros indigentes-, cuando morían se los metía en un saco, el cual era cosido y arrojado a un pozo, que se tapaba acto seguido”

Con estos párrafos de su visita a Córcega, Sebald introduce al lector en unas reflexiones sobre la muerte, ceremonias y memoria. Al contrario que en tiempos antiguos, en nuestra sociedad actual a los muertos ya no se les “consulta” porque no creemos en su “realidad”, quizás ya no son útiles para nuestra forma de vivir tan “presentista”, olvidando que el tiempo humano es pasado, presente y futuro.

En los párrafos finales el escritor alemán dice:

“En cambio, en las sociedades urbanas de finales siglo XX, en las que, de una hora a otra, todo el mundo es reemplazable y en realidad ya superfluo desde su nacimiento, lo que importa es arrojar continuamente lastre por la borda, olvidar sin descanso todo lo que se podría recordar: la juventud, la infancia, el origen, nuestros progenitores y antepasados.”

El origen, ese es el dilema ¿donde señalamos el origen?. Por eso algunos no quieren recorrer los cementerios ni las cunetas de las carreteras de muchos pueblos de España, Chile, Argentina, Guatemala, Kosovo, Irak, Rusia, ....

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