Hoy me he puesto el abrigo, por vez primera en este año, para dar mi paseo matutino y al volver con las manos frías he pensado que el calor de la casa es lo más parecido al sueño reparador de un día lleno de inquietudes.
Cuando esas inquietudes nacen sin que nadie las provoque, sin que el trabajo de la oficina estalle ante tus ojos, sin que el griterío de los salva patrias te rompa los tímpano de la conciencia, entonces comprendes al lisboeta Pessoa en constante desasosiego por vivir en un mundo lejos de su cotidianidad más cálidamente aburrida.
Este vivir lejos del mundo cotidiano pero inmerso en él es lo que provoca esa voluptuosidad de que hablaba Pessoa y que, hoy al regresar a casa con el abrigo del frío, he sentido.
Decía Pessoa:
“He rechazado siempre que me comprendiesen. Ser comprendido es prostituirse. Prefiero ser tomado en serio como el que no soy, ignorado humanamente, con decencia y naturalidad.
Nada podría indignarme tanto como que me extrañasen en la oficina. Quiero gozar conmigo la ironía de que no me extrañasen. Quiero el cilicio de que me crean igual a ellos. Quiero la crucifixión de que no me distinga. Hay martirios más sutiles que aquellos que se mencionan de los santo y de los eremitas. Hay suplicios de la inteligencia como los hay del cuerpo del deseo. Y de esto, como de los otros suplicios existe una voluptuosidad”
Este vivir lo cotidiano extraño, sin complejos ni miedos, carente de grandes sobresaltos es la conquista de los que viven sentados en una silla con las patas recortadas, extrañas sillas, para poder teclear mejor el piano que las circunstancias le han puesto ante sus manos. Son raros pero su interpretación les lleva a veces a ser únicos hasta que les quitan la silla.Decía Pessoa:
“He rechazado siempre que me comprendiesen. Ser comprendido es prostituirse. Prefiero ser tomado en serio como el que no soy, ignorado humanamente, con decencia y naturalidad.
Nada podría indignarme tanto como que me extrañasen en la oficina. Quiero gozar conmigo la ironía de que no me extrañasen. Quiero el cilicio de que me crean igual a ellos. Quiero la crucifixión de que no me distinga. Hay martirios más sutiles que aquellos que se mencionan de los santo y de los eremitas. Hay suplicios de la inteligencia como los hay del cuerpo del deseo. Y de esto, como de los otros suplicios existe una voluptuosidad”
A Glen Gould su padre le adaptó una silla para sus interpretaciones pianísticas, dejó de usarla cuando murió. Tengo que releer “El malogrado” de Thomas Bernhard.
Glen Gould
5 comentarios:
El “Libro del desasosiego” es para mí una especie de catecismo pues me resulta imposible leerlo y no reflexionar. Indefectiblemente me provoca lo que enuncia su título: desasosiego, inquietud, además de perplejidad y sorpresa. Tal vez sea por ese “vivir lo cotidiano extraño”, que tan bien has matizado, de una mente lúcida que rechaza el ser comprendida.
Una de las reflexiones que más me inquieta y en la que me gusta ahondar es ésta: "Pensar es destruir. El propio proceder del pensamiento lo propone al mismo pensamiento, porque pensar es descomponer. Si los hombres supieran meditar en el misterio de la vida, si supieran sentir las mil complejidades que espían el alma en cada pormenor de cada acción, no actuarían nunca, ni siquiera vivirían"
Un saludo, Pedro. Ya hace tiempo de abrigos que nos den calor.
Ahora sí me mataste con tu abrigo de letras que huelen a nostalgia y lluvia. Piano, silla, Pessoa. Unido al desasosiego cotidiano.
Me dejas pensando.
Abrazos.
Delicioso texto para empezar mi día, gracias, un placer descubrir tu web.
Saludos desde Cádiz.
Amparo
ASmigo mío: has juntado tres cosas que forman parte para mí de lo que es vital: el paseo voluptuoso, Pesoa y Glen Gould (escucho mucho, u oigo solamente como acompañamiento) sus trabajos de música de Bach. Además de nuestro Mediterráneo.
Este blog ha sido un descubrimiento un tanto azaroso, pero procuraré visitarlo con cierta asiduidad.
Me encanta Pessoa, y soy un entusiasta de Glen Gould.
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