Hoy al pasar por la Avenida de los Naranjos y pisar con descuido las hojas de los plátanos he pensado en el arrepentimiento. Las hojas caídas no pueden tener pesar por lo que acaban de hacer, ni tampoco enmendar el lienzo que esbozan con sus pinceladas castañas, ni reparar el daño que hacen al erario municipal.
Veo en las noticias de la televisión que un alcalde se arrepiente de unas palabras, suponemos que antes pasaron por el cedazo de su cerebro, dichas en relación con los labios de una joven ministra.
Pero hoy la prensa menciona las palabras, también suponemos que antes de emitirlas fueron pensadas, de un escritor y académico de mucho éxito en ventas de libros de aventuras que ha pronunciado sobre las lágrimas de emoción de otro ministro al despedirse en el parlamento español. No se ha arrepentido, por ahora, sino que emite más calificativos groseros que según el diccionario de su academia son definidos como bastos, ordinarios y sin arte.
Pero hoy la prensa menciona las palabras, también suponemos que antes de emitirlas fueron pensadas, de un escritor y académico de mucho éxito en ventas de libros de aventuras que ha pronunciado sobre las lágrimas de emoción de otro ministro al despedirse en el parlamento español. No se ha arrepentido, por ahora, sino que emite más calificativos groseros que según el diccionario de su academia son definidos como bastos, ordinarios y sin arte.
Las hojas, el político y el escritor quedan a merced del viento de hoy, pero son un ejemplo de una frase que leí estos días de Enrique Vila-Matas en su Perder teorías:
"Hasta el siglo XIX, el gran político y el gran escritor podían confluir en una similitud solidaria de lenguajes. La novela decimonónica retrataba el mundo con las mismas categorías que presidían la labor del político que construía el mundo. En el siglo XX, aquella solidaridad se quebró" Todo ello gracias a Flaubert, Kafka y Robert Musil.
No anda torcido Vila-Matas en esa frase, falta decir que hoy son pocos los grandes escritores capaces de trazar, con su nueva forma de narrar, un sentido de la vida diferente. Sentido de la vida que es en definitiva de lo que trata el autor de un relato.
Las hojas, esos políticos y algunos académicos de la lengua se quedan a merced del viento y de las escobas giratorias de las máquinas limpiadoras.