
Hoy me he puesto el abrigo, por vez primera en este año, para dar mi paseo matutino y al volver con las manos frías he pensado que el calor de la casa es lo más parecido al sueño reparador de un día lleno de inquietudes.
Cuando esas inquietudes nacen sin que nadie las provoque, sin que el trabajo de la oficina estalle ante tus ojos, sin que el griterío de los salva patrias te rompa los tímpano de la conciencia, entonces comprendes al lisboeta Pessoa en constante desasosiego por vivir en un mundo lejos de su cotidianidad más cálidamente aburrida.
Decía Pessoa:
“He rechazado siempre que me comprendiesen. Ser comprendido es prostituirse. Prefiero ser tomado en serio como el que no soy, ignorado humanamente, con decencia y naturalidad.
Nada podría indignarme tanto como que me extrañasen en la oficina. Quiero gozar conmigo la ironía de que no me extrañasen. Quiero el cilicio de que me crean igual a ellos. Quiero la crucifixión de que no me distinga. Hay martirios más sutiles que aquellos que se mencionan de los santo y de los eremitas. Hay suplicios de la inteligencia como los hay del cuerpo del deseo. Y de esto, como de los otros suplicios existe una voluptuosidad”
A Glen Gould su padre le adaptó una silla para sus interpretaciones pianísticas, dejó de usarla cuando murió. Tengo que releer “El malogrado” de Thomas Bernhard.
Glen Gould