21 de julio de 2016

CAIDAS Y CAÍDOS




“De tres cosas, se nutre la conciencia de superficie: aquello de lo que hablamos, aquello que callamos y aquello que olvidamos” (Ch. Maillard, 2015, Galaxia Gutemberg, SL)


Nos damos cuenta que el pelo es distinto, menos y más blanco, que la cara se ha arrugado, que las manchas cubren nuestras manos, que los ojos se achican y los oídos apagan más sonidos. Y nuestros andares, esos no los vemos y tropezamos más.

En estos últimos meses varios amigos, se han caído, por las escaleras, por la calle, por el campo. Caemos sin darnos cuenta, y esas caídas nos quieren recordar que algo ha cambiado y no queremos aceptarlo. Los golpes son efectivos. Vamos con más cuidado por la calle, por las escaleras, por el campo. Todos "sesenteños".

Hoy, recuerdan la guerra de nuestros padres, la del 36, los crímenes y la hambruna de nuestra niñez. En aquellas madrugadas de noviembre, el frío caspolino, con pantalón corto, nos llevaban a recordar a los caídos. No fui consciente de qué caídos hablaban.


En la conciencia colectiva de este país, de la que habla Chantal Maillard, de las tres entidades que la componen, la que más espacio ocupa es la del olvido. Los caídos en el fango de la mentira criminal, en el lodazal de la corrupción y el latrocinio,  esos siguen en los pedestales del poder, esos son los mismos que nos embadurnaban nuestras infantiles mentes en noviembre con sus mentiras y que ahora han podrido el concepto mínimo de democracia. 

4 de enero de 2016

RESTROSPECTIVO EXISTENTE

Video instalación de Gillian Wearing
En este otoño melancólco, con viento cálido, he releido a Miguel Labordeta,  poeta de mi juventud zaragozana. Y me pregunto qué hay de aquellas vivencias en mi existente de hoy.

Hace unos días ví en el IVAM una exposición de Gillian Wearing, había una instalación de video que presentaba a varias personas anónimas que relataban sus vidas y al final daban la espalda al expectador. Esa es la respuesta. Quizás un poema.


Me registro los bolsillo desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanemente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del
Bachillerato,
pero nadi me dice quién fui yo.
Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie,
nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
esculpída en presurosos desayunos,
en jolgorios de aulas y pelotas de trapo,
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres
las bodegas del Ebro.
¿En qué escondidos armarios
guardan los subterráneos ángeles
nuestros restos de nieve nocturna atormentada?
¿Por qué vertintes terribles se despeñan
los corazones de los viejos relojes parados?
¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la Vida
era tan sólo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quié  fui yo. 

(Miguel Labordeta, 1947. Ed. Renacimiento)