27 de octubre de 2010

ARREPENTIMIENTO


Hoy al pasar por la Avenida de los Naranjos y pisar con descuido las hojas de los plátanos he pensado en el arrepentimiento. Las hojas caídas no pueden tener pesar por lo que acaban de hacer, ni tampoco enmendar el lienzo que esbozan con sus pinceladas castañas, ni reparar el daño que hacen al erario municipal.

Veo en las noticias de la televisión que un alcalde se arrepiente de unas palabras, suponemos que antes pasaron por el cedazo de su cerebro, dichas en relación con los labios de una joven ministra.
Pero hoy la prensa menciona las palabras, también suponemos que antes de emitirlas fueron pensadas, de un escritor y académico de mucho éxito en ventas de libros de aventuras que ha pronunciado sobre las lágrimas de emoción de otro ministro al despedirse en el parlamento español. No se ha arrepentido, por ahora, sino que emite más calificativos groseros que según el diccionario de su academia son definidos como bastos, ordinarios y sin arte.

Las hojas, el político y el escritor quedan a merced del viento de hoy, pero son un ejemplo de una frase que leí estos días de Enrique Vila-Matas en su Perder teorías: 
"Hasta el siglo XIX, el gran político y el gran escritor podían confluir en una similitud solidaria de lenguajes. La novela decimonónica retrataba el mundo con las mismas categorías que presidían la labor del político que construía el mundo. En el siglo XX, aquella solidaridad se quebró" Todo ello gracias a Flaubert, Kafka y Robert Musil.
No anda torcido Vila-Matas en esa frase, falta decir que hoy son pocos los grandes escritores capaces de trazar, con su nueva forma de narrar, un sentido de la vida diferente. Sentido de la vida que es en definitiva de lo que trata el autor de un relato.
Las hojas, esos políticos y algunos académicos de la lengua se quedan a merced del viento y de las escobas giratorias de las máquinas limpiadoras.

12 de octubre de 2010

El ruido de las nubes

Nubes I

Todo el día con el cielo encapotado, con lluvia, que desde la ventana contemplas sin nadie en la calle de esta ciudad ruidosa, beata y altanera. Y añoro las nubes de ayer, gordas, esbeltas que cambian de forma con un ritmo marcado por la luz del sol que se resiste a marcharse como el perro canela de mi niñez cuando lo apartabas de un plato con comida y gruñía porque no quería venir a correr por las calles de Caspe.
Por un momento he pensado si el rozar de las nubes entre sí hará algún ruido, y me pregunto como se llama ese ruido. Peter Handke, ¿dónde está?, no menciona en su libro Los Avispones el ruido de las nubes al pasar. Define muchos ruidos como el de 
  • unas cortinas o una bandera agitada por el viento, a ese ruido se llama flamear. 
  • El chocar la arena contra el cristal se llama crepitar. 
  • El golpeteo de la lluvia sobre un tejado de zinc, tamborileo.
  • El ruido del viento en los álamos, como el murmullo del agua.
  • El ruido de la hierba mojada que mueve el viento, siseo.
  • El ruido de los guardabarros flojos de una bicicleta, traqueteo.
  • El ruido de la bicicleta antes de caer, chirrido.
  • El de un cable tendido al viento, zumbido.
  • El de las camisas mojadas en el tendedero, palmoteo.
  • El ruido de la vara que golpea las piedras se llama trallazo.

El ruido de las nubes al rozarse, que algún día oiré, se llama nubesizo

3 de octubre de 2010

Ortega, lo insocial.


Continuo con mi trabajo doméstico de limpiar la librería. Quitar el polvo acumulado y de paso retirar aquellos libros que pienso no necesitaré y que destierro al apartamento de la playa. 
En muchos de esos libros encuentro recortes de periódico, hojas secas de árboles que me dieron sombra, calendarios de bolsillo, billetes de autobús y párrafos subrayados que al leerlos treinta o cuarenta años después me pregunto si conservan el mismo sentido.
Del aristocrático Ortega encuentro un librito de aquella colección RTV que tan importante fue para muchos  en los oscuros días del franquismo. En este libro de hojas ahora despegadas leo un párrafo de El EspectadorEl fondo Insobornable es un artículo de exaltación barojiana de la vida,  resaltado a lápiz con un paréntesis:
La creencia dogmática y fanática en los tópicos dominantes será siempre dueña de la sociedad, y los temperamentos críticos, originales, innovadores, habrán de sufrir ahora y dentro de mil años una temporada de lazareto que a veces no acaba sino después de su muerte. La sociedad es el área triunfal del hombre medio y el hombre medio tiene una psicología de mecanismo tradicionalista. Sobre ella no alcanzan influjo las ideas y valoraciones hasta que no han cobrado patina y se presentan como habituales, con su pasado tras de sí.
 Repasando con la mirada atenta, desde la ventana televisiva, uno queda asombrado por la sociedad del hombre medio que nos quieren mostrar las grandes empresas de comunicación masiva. Pero el horror apaga esa mirada cuando ves a los lumbreras que nos gobiernan por estas tierras y descubres el resto insocial o insociable que llevamos dentro en lo profundo de un oscuro agujero.
Tomo un bote de pegamento y reparo el librito orteguiano para dejarlo de nuevo en el estante de la librería junto a Musil.

2 de octubre de 2010

En Valltorta con Pessoa

Dice  Pessoa 
"Confieso que estoy cansado del Universo. Tanto Dios como yo (el diablo) dormiríamos de buen grado un sueño que nos liberase de los cargos trascendentes con los que fuimos investidos, no sabemos cómo. Todo es mucho más misterioso de lo que se cree, y todo esto (Dios, el Universo y yo) no es más que un falso refugio de la verdad inalcanzable" (La hora del diablo, Ed. Acantilado)
En este paisaje de Castellón, poblado de abrigos y cuevas entre los cortados acantilados,vivieron hace seis mil años unos seres que también supieron trazar su presencia en lo imperecedero de las rocas. Sobrecoge el ánimo imaginar la mirada de aquellos nómadas cazadores, que acaban de descubrir el silencio y los símbolos en su búsqueda.




Las pinturas que aún perduran, hablan, gritan, se mueven, estremecen con su violencia.  Eran la expresión de un sueño, lo único que permanece, la verdad inalcanzable en su refugio roquero al borde de la sima.
Luego en el autobús, al regreso, leí de un tirón el librito kantiano del joven Pessoa y pensé, dentro de seis mil años, si alguien encuentra este archivo blogueril en alguna cueva cibernética, quizás también se asombre de ver nuestros silencios y símbolos tan infantiles.