8 de septiembre de 2009

Sombras del estío, Onetti


Hay relatos que empiezan con un párrafo que lo resume todo, la trama, el clima o más bien la atmósfera, los personajes se intuyen, la ternura y el asco también. Y esto es muy difícil, al menos eso es lo que siempre me ha parecido, si además de todo ello el inicio de una narración tiene que invitar con firmeza al lector para que siga leyendo.

Este verano, pacífico y caluroso, he vuelto a Onetti el incansable aunque sus últimos años tumbado en la cama no pudo cansar más que su vista de perro triste. Su relato La visita tiene un inicio de los que nunca te cansas de releer:

Mucho tiempo atrás, cuando todos teníamos veinte años o pocos meses más, cedí a la tentación de ser Dios, absurda, azarosa, y respetando mis límites. Era en Santa María, en un marzo húmedo y caluroso con apenas amagos, alharacas de tormenta, como si el tiempo hubiera aceptado la modalidad de los pobladores del otro lado, de Lavanda, río por medio.
Esta tentación, cuando es genuina, prefiere visitar a los muy pobres, a los desesperanzados, a los que no cayeron en la trampa de un destino ordenado.
Todo era tan fácil y erróneo como una operación aritmética de primer año: con lo que yo renuncie a usar puedo hacer la dicha de otro.

Pero, este relato que tanto me atrae ¿por qué lo traigo a este espacio? Quizás porque esa tentación, de ser Dios, de que habla el narrador de Onetti la hemos tenido muchos y nunca la reconocemos. Al final caímos en la trampa de un destino ordenado.

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