28 de junio de 2009

Sombras del estío, hasta pronto Manuel



Me entero por Tanhäuser del fallecimiento de Manuel Ortíz cuyo blog visitaba mucho últimamente. La primera vez que lo hice fue a raíz de su petición para utilizar un texto de una entrada mía. No lo conocí personalmente pero por la foto que nos ofreció hace tres semanas, la imagen es clara aunque la sombra de la enfermedad se filtra en su mirada, su cara transmite la luz de una buena persona.

Escribí un comentario en un artículo de los suyos, periodismo de altura muchas veces, y sin saberlo me sorprendió con el regalo de una suculenta sobrasada por haber escrito el comentario 3000. Esta tarde al abrir la nevera quedo impresionado al pensar que el sabroso embutido ha durado más que Manuel. Cuando relea su blog -frigorífico "internético"- su recuerdo estará impregnado de palabras y sabores intensos.

Gracias Manuel, tu buena sombra me refrescará estos días de estío. Yo también pienso como tú ("Lo importante es que haya una persona capaz de transcribir en un papel sus ideas, mejores o peores, y de que exista otra, al otro lado, pero muy lejos de su mesa, que sea capaz de leer ese texto") y seguiré con mis pequeños escritos pensando que hay alguien que los lee.

23 de junio de 2009

Sombras del estío



Nos dejó el señor invierno la estantería con libros por leer, sin saber por quién leemos si por nosotros o por los otros; a la sombra del estío uno recuerda las palabras de Henry Miller, el envidiado borracho, pornógrafo virginal, sobre los lectores asiduos:

- unos leen para escapar de ellos mismos
- otros lo hacen para armarse contra peligros reales o imaginarios
- otros para mantenerse a la altura de sus vecinos o para impresionarlos, que es lo mismo
- o para saber lo que pasa en el mundo
- o para entretenerse, para ser estimulados y llevar una vida más rica.

Estos últimos son los más admirables para Miller, porque no viven torturados por el miedo, son los raros, gozan , "no tienen necesidad de leer libros sagrados ni de comportarse como santos porque ven la vida en su totalidad y ellos mismos son totales, de manera que para ellos todo es total y sagrado".

Llega el estío que empuja indolente a tumbarse a la sombra y leer "millermente" a Flaubert que decía sobre la estupidez, atributo de la norma:
"La mediocridad quiere la regla; yo la odio. Siento contra ella y contra toda restricción, corporación, casta, jerarquía, nivel, rebaño, una execración que me llena el alma"

16 de junio de 2009

BLOOMSDAY IN VALENCIA 2009



A las siete y cuarto despierto, una noche sin descanso, con pesadillas, soñó con Clarisa. No desayuna, recoge el periódico del buzón y sale a buscar el cansancio por la avenida de Suecia, con las aceras llenas de excrementos caninos porque ha llovido y los guardias de la alcaldesa no madrugan para poner multas a los cretinos paseantes de perros antes de ir a la oficina. En la esquina con Amadeo de Saboya un cura atraviesa el paso de peatones con un niño de la mano que llora, recuerda a Oliver pero estamos en una mañana primaveral de 2009. Los autobuses repletos de adormecidos oficinistas, dependientas, limpiadoras, bancarios, pasan veloces ignorando a Esteban que ya no tiene oficina en la que refugiar su aburrimiento.

Al llegar al cauce del río un hombre de pómulos salientes, pelo corto, rubicundo, alto y fuerte le pregunta con voz ronca y palabras rotas por la estación de autobuses: no está lejos, siga todo arriba y al séptimo puente la verá. Se sienta en un banco cerca de un pino y lee la prensa despacio, con atención. Un retorcijón le empuja a subir por Navarro Reverter, la fuerza de la costumbre no perdona, el café es casi una obligación. En la calle la Paz entra en un café franquicia lleno de marroquíes, allí como si le estuviera esperando toda la vida Fabiano le hace una señal para que se siento a su lado. Se abrazan, después de tantos años, qué alegría. Esteban le pregunta si se ha vuelto a casar, se enteró de la muerte de su segunda pero qué tristeza, morirse en un hotel mientras hacía pilates.

Fabiano se enciende un caliqueño para que no se note las lágrimas que le salen, no no me he vuelto a casar, ya me he decidido a vivir solo, algo que antes no podía soportar, debe de ser cosas de la edad ¿verdad Esteban? Uno se acostumbra con los años, cuando el sexo ya no empuja tanto, cuando los amigos ya se han ido y los hijos han volado, la soledad se vuelve más tolerante, incluso aprendes a reírte sólo cuando ves las memeces de la televisión, ¿verdad Esteban? Y tú aún estás con ... - Si, ni se ha muerto ni nos hemos separado, somos dos buenos compañeros que compartimos piso y mucho más.

Por Santa Catalina, al olor de los churros Esteban recuerda la pesadilla que ha tenido con Clarisa sentada en el sofá, ante la tele, llorando porque aparecía en pantalla una foto fija de su pueblo, sin música, en blanco y negro. El no podía cambiar de canal, golpeando el mando, la pantalla y Clarisa llorando y Estaban cada vez más angustiado.

Al llegar a la biblioteca hay un pequeño alboroto en el mostrador de pedir los libros, una mujer pelirroja, muy seca, esbelta, de unos sesenta años increpa a la bibliotecaria que no le hace caso y espera la llegada del guardia de seguridad:

-Es inaudito, mi marido no puede dormir, lleva varios días muy alterado, en la Universidad no le hacen caso, ya no trabaja, únicamente piensa en acostarse conmigo a todas las horas, pero no duerme, ni hace nada, pasea solitario por las calles en busca de recuerdos para poder cambiarlos cuando me lo cuenta al regresar cuando lo espero todos los días del año para comer con nombres que no conozco de calles que nunca he paseado por ríos que no he navegado y me arranca lagrimones con sus poemas sin sentido como cuando nos conocimos a la sombra de un pino cerca de aquella ermita pobretona que nunca más hemos vuelto a visitar ni Esteban me ha vuelto a nombrar para no sufrir por aquellos bellos revolcones ahora olvidados con olor a pino y tierra de huerta húmeda en aquellos junios de los setenta cuando cogidos de la mano me decía fíjate Clarisa y sufríamos al observar todas las imágenes de El manantial de la doncella y ver el fanatismo de las creencias religiosas en blanco y negro con actores suecos cuando en nuestra ciudad era algo cotidiano pero ahora ya no vamos al cine sólo lee y lee y relee por eso le pido de una vez por todas me entregue de una puñetera vez el Ulises del aquel borracho irlandés y recordará aquel día en Madrid en casa de Antonio cuando me pidió si quería yo decir sí mi flor de la montaña y primero le rodeé con los brazos sí y le atraje encima de mí para que él me pudiera sentir los pechos todos perfume sí y el corazón le corría como loco y sí le dije sí quiero Sí.
(Esta narración nació gracias a la iniciativa, esfuerzo y entusiamo del blog: El lamento de Portnoy )

13 de junio de 2009

El futuro, hermano del pasado


(Via Sheila)

En vísperas del Bloomsday, que nos recuerda el blog El lamento de Portnoy, he releído algunos párrafos del libro de J.Joyce del que tuve primeras noticias en una guardia de la mili. Un compañero, solitario, raro y con muchos calabozos en sus costillas, me enseñó su libro sucio, rayado, con cientos de apuntes en los márgenes. Era la primera vez que me intrigó un libro que no acababa de entender en los pocos párrafos que leí aquella noche de invierno, con olor a botas y CETME engrasados, cuerpos enfriados, y vino tinto, mucho vino de Cariñena. Así me encontré de bruces con Joyce. La curiosidad por destriparlo aún me persigue.
Tal como nosotros, o la madre Dana, tejemos y destejemos nuestros cuerpos -dijo Stephen-, con sus moléculas de acá para allá en lanzadera, así el artista teje y desteje su imagen. Y tal como la verruga en mi tetilla izquierda está donde estaba cuando nací, aunque todo mi cuerpo se ha tejido de nuevo material una vez y otra, así a través del padre inquieto resplandece la imagen del hijo que no vive. En el intenso instante de la imaginación, cuando la mente, dice Shelley, es un ascua que se extingue, eso que era yo es lo que soy y lo que en posibilidad puedo llegar a ser. Así en el futuro, el hermano del pasado, me puedo ver a mi mismo tal y como estoy sentado aquí pero por reflejo desde eso que seré entonces.
(Ulises, James Joyce, Ed. Lumen)

7 de junio de 2009

Arte según Robert Musil


Buscar en el arte algo más que satisfacción de los sentidos ha sido desde el siglo pasado una constante entre los escritores filósofos, es decir entre los exploradores de lo humano.

En "El hombre sin atributos" Robert Musil busca el sentido de muchos aspectos de la vida y del mundo que nos rodea, especialmente en Europa, desde la trama de su relato. Lo leí con precaución hace años, por su densidad, y hoy al releer algunas páginas señaladas encuentro párrafos de una gran actualidad:
"Los problemas más caros, los de la nación, los de la paz, de la humanidad, de la virtud, y otros semejantes, cargan sobre sus espaldas la más barata flora del espíritu. Sería un mundo muy absurdo si todo fuera así, pero si se admite que el tratamiento de un asunto baladí puede resultar más importante cuanto lo sea el tema del mismo, entonces ése es el mundo del orden"
El papel que reserva Musil a los escritores es esencial precisamente para convertir un asunto baladí en algo interesante para la mayoría de sus lectores, en una época de máxima industrialización:”Así como el príncipe del espíritu pertenece al tiempo de los príncipes, el gran escritor pertenece al tiempo de los grandes espectáculos y al de los grandes almacenes”

Y este aspecto de la literatura, el arte, es lo que destaca Coetzee en su libro “Mecanismos internos” cuando se refiere al guía favorito de Musil que era Nietzsche: “En Nietsche encontró un enfoque a las cuestiones de moralidad que iba más allá de una simple polaridad del bien y del mal, el reconocimiento de que el arte puede, en sí mismo, ser una forma de exploración intelectual, y un modo de filosofar, más aforístico que sistemático, que se correspondía con su propio temperamento escéptico”

El relato, sea una obra de literatura, cine o plástica, en un mundo cada día más sujeto a los vaivenes del mercado, de las modas, no debe abandonar el papel de explorador intelectual que siempre ha tenido. El gran enemigo de la inteligencia es la banalización de todo lo que nos hace ser más sensibles a los problemas de la humanidad y el papel del arte, para mí, es esencial en desenmascarar a los falsificadores. Esa hazaña la tienen en sus manos los lectores o por decirlo de otro modo está en su capacidad para no dejarse contaminar y poder reflexionar, filosofar.