24 de mayo de 2008

Evocación

El poder de evocación de la literatura es lo más grande que puedo encontrar en los libros que leo, es como si por encima de las letras y signos ortográficos flotase como una nube, una multitud de gotas de significado, que cada uno según su experiencia de vida puede ir rescatando y que el autor, posiblemente, ni siquiera puso allí. Ese poder es más intenso cuanto más atrás se hunden las frases que leemos en la memoria de la historia.

En el Japón del siglo X hubo una gran cantidad de mujeres escritoras, muchas veces escribían en forma de diario, que al relatar sus quehaceres y sus sentimientos han dejado una descripción de su tiempo y de sus personas con más fuerza que una pintura realista.

Uno de esos escritos es “El libro de la almohada” de Sei Shonagon, que es como una colección de anotaciones, igual que un blog, que redactaban hombres y mujeres cultos al retirarse por la noche a su alcoba. Antes de acostarse dejaban esos papeles en un mueble que estaba situado cerca de donde recostaban su cabeza para dormir.

En la selección de estas anotaciones que recoge el libro editado por Alianza Editorial y traducido por Jorge Luís Borges y María Kodama hay uno que por su elegancia y placidez llama la atención.

“Una vez un hombre, que siempre me mandaba una carta después de haber pasado la noche conmigo, declaró que nuestra relación no tenía sentido y que no tenía nada más que decirme. Nada supe de él al día siguiente. Cuando asomó el alba sin la acostumbrada carta de la mañana no pude evitar cierta melancolía. Me dije, a medida que pasaba el día: Bueno, realmente quería decir lo que me dijo.

Llovió muy fuerte al día siguiente. Llegó el mediodía sin que supiera nada de él. Era evidente que ya no se acordaba de mí. Al atardecer cuando yo estaba sentada al borde de la galería, un niño apareció con un paraguas abierto en una mano y una carta en la otra. Abrí la carta y la leí con demasiada premura. El mensaje era: La lluvia que hace crecer las aguas. Esto me pareció más encantador que si me hubiera enviado muchos poemas”

Se narra una historia de amor sin nombrarlo, siempre que el lector capte la evocación que se hace al amor con el agua que crece con la lluvia. Y si a esta fuerza de la literatura, de la poesía, le añadimos música entonces uno se halla a merced de los dioses de todos los tiempos.




4 comentarios:

Noemí Pastor dijo...

Los japoneses tienen un especial poder evocador. A mí me sucede con Mishima: a cada rato me recuerda algo de mi propia vida. Y ya ves en qué se parecerán.

Clarice Baricco dijo...

Precioso lo que compartes. Buscarè el libro.
Me gustò el inicio de tu texto.

Abrazos.

Susy dijo...

Gracias,
he pasado por aquí y tomo nota. Me interesa muchísimo el libro y lo que tú dices.

Saludos.

Sirena Varada dijo...

Muchas veces las palabras y la música, en su función creadora, tejen historias mágicas, pasiones, sueños y preguntas que su poder evocador, nos permiten recrearnos en las mejores esencias de lo divino y lo humano.

Como siempre, un placer venir a leerte.
Un beso