20 de marzo de 2007

Ruidos

Huir a la orilla sílice del mar,

con el cielo encastillado

por nubes albinas,

y descalzar tus oídos al ruido

único que te acuna

en soledad,

sin más testigos

que las rocas que aquel talla

sordo, solo, pero repleto de vida.

Fugitivo de esta ciudad que con pólvora

implanta, ruidos opacos sin remedio,

la alegría cutre y gregaria de sacristán fallero,

trato de escuchar el canto del ruiseñor bastardo

que Keats oyó

en el corazón moabita de Rut.


1 comentario:

maría nefeli dijo...

Me gusta mucho, sobre todo, el final de ese poema...
un saludo